PAROXISMO DE BESOS NEGROS EN MI COLITA AFEMINADA (Nuevo relato)

PAROXISMO DE BESOS NEGROS EN MI COLITA AFEMINADA


El hotelito del pueblito no era de lo más exclusivo. No sobraban habitaciones y la que quedaba era más bien una casilla con baño privado (eso estaba muy bueno) un poco apartada por una vereda entre plantas de jardín del resto del edificio. Por la ventana la vista de un paisaje agrario con una caída del terreno y un lejano horizonte de serranías suaves me encantaron.

Apenas intentaba acomodar mis cosas, cuando el dueño del hostal golpeó a la puerta y sólo “me informó” que compartiría el “aposento” un hombre robusto, algo calvo, barba entrecana, cabeza chata que enseguida comparé por el tremendo parecido con “Chanquete” personaje que interpretó Antonio Ferrandis.

Como Chanquete incluso en el modo de ser así simplote, buenote y descuidado como todo macho autentico en el aspecto físico. Maduro, panza pronunciada, cuello grueso, camisa arremangada, brazos robustos y muy velludos, aparecía sudoroso, aunque no hacía casi calor. Pero hay hombres muy recios y con mucha energía que siempre tienen el cuerpo ardiente y sudan por eso. Eso físico combinado con su amabilidad de papá oso, no sé cómo decirlo, pero emanaba una presencia tan viril que una marica total, putito afeminado como yo no pude dejar de sentir el impacto de inmediato, y se me aflojaban las piernas.

Naturalmente, a las palabras del dueño del hotelejo, hice como que todo ok, qué podría decir. Saludé al hombre que sin embargo tuvo la caballerosidad de pedirme permiso como si me perteneciese el cuarto. Me gustó el gesto tan caballero y eso me derritió del todo.

Entró con su bolso y me miró de ese modo que supo que algo muy excitante sucedería. Todo en un minuto, la química actuaba. Como es mi costumbre con algún disimulo dirigí mis ojos a su bragueta, se marcaba un bulto apetecible, una comba clara de un miembro sin acomodar presionado por el volumen de los testículos, que no debían de ser nada pequeños.

La luz del sol entrante, por la ventana, inundaba con luz dorada y cálida, muy agradable por su tibieza y tono de bronce o miel.

Sentía mi corazón acelerado y un cosquilleo en toda la piel, erizada y agitada. De verlo a este machote ya sentía deseos de sentir hasta el hartazgo aquel cuerpote sobre el mío, el peso enorme de aquellos músculos, sentirme cubierta con aquel calor y olor masculino, aquel miembro penetrándome, recibir aquel semen de macho maduro e intenso.

Su apariencia sudorosa incluso me hizo percibir ese olor almizcle que se siente ante un macho pleno y recio. Olor sexual que no tiene nada que ver con olores de sudor o falta de higiene, es un olor más allá, olor hormonal, olor sexual que solo suelen tenerlo los hombres más recios, que trabajan con esfuerzo físico, no sé, agricultores, obreros, mineros o como en este caso camionero…

Se presentó, dijo llamarse Norberto, me pasó la mano. Me la tomó con delicadeza y me sonrió sosteniéndome la mirada. Yo le respondí diciéndole mi nombre de pila del DNI pero agregué que en realidad me llamaban Lisy entre mis amistades. Me reí muy significativamente e hice un mohín ultra mariquita, le devolví la sonrisa y me di vuelta como para continuar ordenando mis prendas en el guardarropa.

Se ve que lo de mi nombre y mi actuación, no solo que no le disgustó sino que no le dejó indiferente. Se dio cuenta seguro y ahora puedo afirmar que se excitó entonces.

Ya en confianza, me preguntó si iría a ocupar la ducha, le dije que más tarde, que primero terminaría de acomodar mis cosas. Entonces Norberto me dijo que se “daría un buen baño”.

Salió del baño solo con un bóxer de color morado que revelaba más que nunca el abultado paquete. Yo me estremecí de pies a cabeza y se me aflojaron del todo las piernas. Me puse mal anímicamente pensando que estaba con la colita ultra excitada y acaso no lograra que aquel hombre tuviera interés en cogerme como necesitaba yo urgentemente…

El cuerpo todavía húmedo, los vellos abundantes le cubrían todo. Se secaba rudamente con el toallón y después se lo puso sobre los hombros y me miró con una sonrisa hermosa y como muy de compañero.

“Sequé bien el baño”, me dijo “te lo dejé en orden”. Yo me quise morir, morir, morir!!! ¡No podía ser tan dulce y gentil aquel papuchote tan recio, que cualquiera diría bruto y descortés…

“Gracias” dije ya en éxtasis de orgasmo. “Ahora voy. ¿Cómo está el agua?” pregunté esa bobería como para no cortar, darle mayor confianza y disfrutar de ese momento precioso…

“Tibia, muy buena”.

Tomé a propósito (porque sospeché o quise intensamente para mis adentros que pasara lo que después pasó), unas prendas “especiales”, mi toalla, todo en mi bolsito con el neceser y me metí al baño. Dentro, el perfume del jabón, el calor, la humedad se mantenían deliciosamente presentes. Mi colita o como yo la llamo “mi argollita” estaba urgida, loca de deseos, necesitaba engullirse toda entera una pija, ahogarse con abundante semen, estaba dilatada, afiebrada, con espasmos de deseo brutal.

Salí del baño con un short muy corto al cuerpo que me marcaba la cola estupendamente, permitía lucir mis piernas largas y muy blancas. Por supuesto debajo llevaba una bombachita con detalles de encaje y satén color rojo, y una remera también al cuerpo que marcaba mis pechitos pequeños pero con ese algo que lo diferenciaba de un pecho masculino, mis tetitas de nena prepuber, como las llamo en broma.

El estaba en la cama sin abrir, seguía solo con el bóxer y la toalla sobre los hombros, viendo algo en su teléfono móvil, pero desvió la mirada y su reacción fue decidida.

“Qué bien se siente después de un baño, eh?” me dijo.

Yo le respondía “¡Ay, sí, es una delicia!”, me di vuelta, me incliné más a propósito para ofrecerle mi culito vicioso.

Norberto me dijo que tenía un hilo suelto en la remera, que si le permitía me lo sacaba, obvio que dije sí, y sentí su cuerpazo cercano su manaza que tocó mi espalda entre los omóplatos, pero no se retiró ni yo me moví.

Entonces la mano bajó por mi espalda y dos dedos gruesos intentaron meterse suavemente entre mis nalgas. Norberto, al comprobar que yo no reaccionaba negativamente, y que por el contrario me dejaba hacer, se apretó contra mi cuerpo, con una mano me abrazo contra su vientre, su boca se acercó a mi oreja y casi susurrando me preguntó: “¿te gusta, así?”; “sí, me gusta mucho”. “Ah, que bueno, me gusta esta colita” y sus dedos empezaron una tarea deliciosa de hurgar suave pero profundamente entre las nalgas buscando el orificio. El lo sintió hinchado y receptivo y yo sentí su dedazo haciendo círculos que me desesperaban de placer. Enseguida apoyó contra mi cola su bulto endurecido, me di vuelta a medias para verlo y no pude tenerme en pie, me recorrió un espasmo feroz y un calor que me encegueció. Ya me caía sobre la cama cuando sentí que el me bajaba el short apenas para descubrir las nalgas y algo húmedo, suave y áspero a la vez y muy caliente se abría paso hacia mi argolla, su boca voraz, su lengua enloquecida, me estaban matando de placer.

Los besos negros que nunca me los brindaron de ese modo, así tan desaforado, goloso, intenso, inacabable, porque fueron muchos. Una sensación por primera vez experimentada, la de mi culo siendo comido con total deseo. Besos, lengüeteos, gemidos, más besos, chasquidos de labios y yo creía que me estaba muriendo, no podía moverme ni decir nada… Sentía que me hundía en la cama, tanto era el placer, calor, lengua, labios matando de placer a mi rosquita.

Empecé a gemir y a rogar que terminara, pero no que dejara de hacerlo sino que me penetrara, necesitaba la contundencia de un pene para llegar a la cúspide del orgasmo, era demasiada tortura aquel placer, necesitaba alcanzar la cima y reposar. Y después ya calma y satisfecha, dejaría que me comiera a su gusto la colita si qusiera…

No sé si llegó a escuchar mis murmullos sin sentido, la cara contra el mullido cubrecama, pero seguramente adivinó o sintió también él la necesidad de penetrarme con su palpitante verga, porque recuerdo que de pronto emitiendo gruñidos de oso en pleno celo, descontrolado de lujuria, me tomó con ambas manos por las caderas, me acomodó y al punto sentí la cabeza de su pija entrando en delicioso contacto con mi argollita inflamada y lubricada con su saliva. La sensación de la penetración fue incomparable, deliciosa al extremo.

Cuando la tuvo toda hundida dentro de mi cuerpo, exhaló un gemido ronco y largo y despacio, yo creo para no eyacular debido a la mucha excitación que sentía, empezó a dármela lento pero hundiéndomela toda entera, buscando el máximo de penetración. Yo sentía el volumen caliente de aquella verga gorda en el más íntimo contacto con mi cuerpo y me abandoné a placer deseado.

Norberto parecía fuera de sí, pensé que sería mejor que acabara para tranquilizarse un poco y en todo caso, más tarde iniciaríamos una nueva sesión sexual con más calma…

Suele pasar en muy pocos casos que la pareja coincida en el deseo, y es cuando ambos están en una misma onda de excitación y deseo. Y eso justamente pasó con Norberto, sentía lo mismo que yo, lo digo porque al cabo de dos o tres minutos, aceleró el bombeo, embistiendo contra mis glúteos y yo sentía el golpeteo de sus testículos, cosa que sin verlos me indicaba que eran testículos de macho muy desarrollado, testículos que colgaban del escroto porque eran grandes y pesados. Esos testículos son el orgullo de un verdadero hombre, porque con solo verlos entrás en semejante excitación que pedirías a gritos recibir la inundación de semen…

Entiendo que no pudo contenerse más y entre gruñidos empezó a eyacular con espasmos tremendos hasta que lo sentí desmoronarse sobre mí. Sin dejar de abrazarme, se apoyó de tal modo que su boca quedó junto a mi cuello y junto a mis oreja izquierda. Empezó a darme besitos muy cortos hasta que se recuperó.

Entonces, recién sacó su congestionadísima verga de mi interior, y yo recién pude verla y me corrió otro espasmo cuando tuve la imagen de auel maravilloso ejemplar de verga, muy escasa de encontrar y que yo la había disfrutado…

Norberto al ver mi expresión, se volvió a enardecer, me giró hasta ponerme de espaldas, me levantó tomándome de las caderas me trajo al borde de la cama, me levantó las piernas hasta que mi cola quedara a la altura de su miembro y volvió a introducírmela. Entró sin dificultad debido a al semen abundante que actuaba como el mejor lubricante, empezó nuevamente a dármela profunda pero lentamente, mientras su boca buscaba la mía y recibí los besos más deliciosos del mundo. Con sus manazas me tomaba de las mejillas con la mayor delicadeza y sus labios me devoraban la boca, después el cuello… con los ojos cerrados yo disfrutaba como si estuviera en el Cielo.

Me decía las cosas más cachondas que pude esperar oír. Luego, y sin sacar la pija, me levantó la remera para succionarme los pezones. Su excitación crecía mientras que yo estaba en calma pero siempre receptiva.

Recuerdo y creo que nunca olvidaré su olor masculino, lo áspero de su barba, su voz ronca diciéndome aquéllas cosas que me producían repeluznos de placer. Esos detalles quedan grabadísimos para siempre.

Después de largo rato, volvió a acabar y sus besos fueron profundos e interminables. No sé cuánto duró esto, pero cuando me di cuenta, la habitación estaba a oscuras y yo me encontraba contra su pecho, cubierta por el abrazo de aquel machote increíble. El estaba adormilado, pero no obstante me acariciaba como un autómata, muy lentamente.

Después, ya recuperado, me pidió para quedarnos así en la cama en el abrazo. Según él, en unos veinte minutos volvería a “querer”, que todavía estaba “caliente”. Pensé que era una simple fanfarronada, pero tuvo razón, cumplió. A la media hora noté su miembro ponerse enhiesto como un mástil.

Esta vez necesité, chupársela, acariciarla, lamerla y disfrutar del placer que noté le provocaba. Me encanta satisfacer a un hombre con sexo oral, y más si tengo entre mis manos y en mi boca una pija tan espléndida. Era de verdad gruesa, con una cabeza todavía más grande y redonda, con una contextura firme pero no dura como una madera, la piel venosa pero muy suave, ese era el secreto del placer.

Porque una verga muy dura resulta demasiado rígida, lastima más que da placer, y las de este tipo, se adaptan y sentís que te “llena”. Esa es la clave del placer con todas las palabras.

Al rato Nrberto me pidió que cambiara de posición, que me pusiera a gatas de modo que mientras le chupaba la verga, mi cola estuviera ante su cara. No pude verlo, pero sentí como se estremeció y gimió de lujuria cuando se la acerqué. Me tomó los glúteos con ambas manos y su boca volvió a enloquecer, literalmente comiéndome la cola.

Ay!, ¡El poder que tiene los besos negros! Me regaló sin mezquindades el disfrute de ese placer que muy pocos hombres se permiten brindar. Por eso valoro a hombres como éste, que dan placer extremo antes de reclamar sólo placer para ellos. Lamentablemente son pocos en la vida, por ello es que cuando me los encuentro, simplemente los idolatro, me entregó y me preocupo en devolverles con mamadas de verga hasta que se sienten satisfechos.

Y pensé sintiéndome muy feliz, que no necesitaba tener una vulva para ser mujer plena. Mi ser femenino, mi instinto de hembra están en mi persona mucho más intensificado que en muchas mujeres biológicas.

Esa noche cogimos en varias sesiones. El iniciaba la ”acción” y en cada una no se privó de repetir aquellos besos negros que ni en los films ultra porno llegué a ver.

Mi argollita estaba tan hinchada que me molestaba al caminar, además tenía las piernas agotadas, pero no era nada después de disfrutar tanto, tanto…

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Lisy baja a verte

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Lisy huye acosada por una poronga!

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Corro a buscar el gel lubricante y vuelvo!!!